La Semana Santa de Popayán resiste vigorosa a pesar de la guerra en el Cauca
Con más de 400 años, las procesiones de la Ciudad Blanca son consideradas patrimonio inmaterial de la humanidad


Suena la señal acordada para acabar con el breve respiro y retomar el recorrido en forma de cruz. Uno de los ocho cargueros vestidos de alpargatas, túnico y gorro –o capirote, para ser más precisos– azules, da un golpe seco a su palo. En una cuidadosa coreografía, todos vuelven a levantar el paso, como se conoce a las figuras de madera representativas de la Pasión de Cristo, que van acompañadas de velas y flores blancas, el color que corresponde a la Procesión de Nuestra Señora la Virgen de los Dolores de este martes. Cada día salen de una iglesia distinta. La madera cruje –pero resiste– cuando vuelven a echarse al hombro la pesada carga que llevan por las calles del centro de Popayán, una tradición que se celebra cada Semana Santa desde hace 460 años. Fieles y turistas se agolpan en las aceras para contemplarlos, ajenos a la guerra que rodea a la capital del convulso departamento del Cauca. En el cielo, un helicóptero de la policía sobrevuela con insistencia.
Cada detalle está minuciosamente planeado. Con el paso de los años, los cargueros suelen desarrollar un llamativo callo entre su cuello y su hombro, en algunos casos del tamaño de media bola de tenis. Lo exhiben con orgullo. “Estas pelotas que tengo aquí es de cargar”, explica al mostrar su propia protuberancia en el hombro el exdefensor del Pueblo de Colombia, Carlos Negret, de familia caucana. Cargó durante más de 30 años, hasta que un cáncer le impidió seguir con esa exigencia física. Desde entonces es regidor, como se conoce a quienes, vestidos de frac, representan la autoridad durante los desfiles, cuidan los detalles y se aseguran de mantener la solemnidad. Es una suerte de decano de las procesiones, al punto de que es capaz de recitar todo tipo de detalles de los pasos. “Me han querido jubilar, pero no me he dejado”, relata. “Esta ciudad tiene mucha historia, y la Semana Santa es el momento en que el patojo viene a Popayán”, dice en alusión al otro gentilicio que comparten los popayanejos. La tradición atraviesa generaciones, de padres a hijos. Junto a los cargueros caminan moqueros que limpian los cirios, sahumadoras que llevan el incienso o alumbrantes con su propio cirio encendido. Incluso hay una procesión en la que los niños son los protagonistas.

Del domingo de ramos al domingo de resurrección, la Semana Santa es una fuente inagotable de historias, anécdotas y curiosidades en una sociedad que resiste tanto el abandono estatal como el asedio constante de los grupos armados. “Si uno es de Popayán ninguna procesión le es ajena o le queda grande… ese sitio en que nacimos es un reflejo del mundo entero, su eco, por eso no es gratuita la imagen de Popayán como una especie de Macondo de tierra templada”, decía el escritor Juan Esteban Constaín en su celebrado discurso inaugural de este año. Fue el encargado del pregón, como se conoce al acto que da inicio a las múltiples actividades que tienen a la ciudad como epicentro. “Yo no soy semanasantero, mi familia no tiene tradición”, admite Constaín, que nunca cargó pero dice que se reconoce cada vez más en las procesiones. “Es una celebración que es de la ciudad toda, no solo de la gente involucrada en las procesiones. Eso las mantiene vivas”, reflexiona.
Popayán fue una de las ciudades más importantes del país durante el periodo colonial, pero desde inicios del siglo XX ha experimentado un prolongado declive. “Buena parte de la independencia de Colombia se le debe a Popayán”, dice el periodista Juan Carlos Iragorri, de familia popayaneja y estudioso de la historia de la ciudad. “De allá eran Camilo Torres, el hombre que recibió a Bolívar al principio y que fue fusilado por los españoles, y el sabio Francisco José de Caldas, su primo, a quien también mandó al paredón Pablo Morillo. Lo más increíble es que todos ellos, y los expresidentes José María Obando y Julio Arboleda, vivían en un trayecto de cuatro o cinco cuadras: la Calle de la Pamba. Por eso dijo alguna vez el dirigente conservador Silvio Villegas que en una sola calle de Popayán se concentra media historia de Colombia”, explica. “Colombia tiene una deuda enorme con Popayán y no la ha pagado”, se lamenta. Ha sido desde hace al menos un siglo una ciudad con pocos recursos, añade al invocar una frase del poeta y político Guillermo Valencia sobre las finanzas municipales: “Aquí siempre nos sobra un déficit”.
El conflicto armado ha sido un látigo hace décadas. En el Cauca, un lugar estratégico para las rutas del narcotráfico por su salida al Pacífico, opera un archipiélago de grupos armados ilegales. Entre ellos, la guerrilla del ELN o las disidencias de las extintas FARC encabezadas por Iván Mordisco, agrupadas en el Estado Mayor Central (EMC), que perpetran atentados con regularidad en los que incluso han utilizado drones con cargas explosivas. Es una amenaza constante. Esta semana, las comunidades indígenas del norte del departamento emitieron una alerta, otra, por el aumento del reclutamiento de menores por parte de los grupos armados. La Defensoría del Pueblo ha alertado sobre la presencia de disidencias en las goteras de Popayán. “La ofensiva contra el EMC en el Cauca debe ser total. Son asesinos del pueblo y traficantes”, ordenó a los militares el presidente Gustavo Petro el año pasado, cuando Mordisco se retiró de las negociaciones de paz. Como en tantos otros lugares de Colombia, la nueva etapa de la violencia es más fragmentada y caótica. Y todo en medio de una geografía quebrada, con dos cordilleras separadas por el río Cauca, que le hace costoso y difícil al Estado hacer presencia permanente.








A pesar de esos obstáculos, el arraigo semanasantero es notorio, y ha permanecido en los buenos y en los malos tiempos. “Pareciese que en Semana Santa las personas al margen de la ley dejan descansar a la ciudad”, dice Negret, quien como defensor del Pueblo fue el encargado de velar por los derechos humanos. “Pero más que eso, la tradición está por encima de todo. Ha persistido incluso después de dos terremotos muy grandes”, rememora. El más reciente, en 1984, ocurrió en plena Semana Mayor y a pesar de eso se celebró la procesión. Fue tal su magnitud que se tuvo que reconstruir la llamada Ciudad Blanca, que hoy tiene más de 300.000 habitantes.
En paralelo se celebra también el Festival de Música Religiosa, que ya lleva más de 60 años. En esta edición, la Filarmónica Joven de Colombia, la orquesta residente que cuenta con 11 caucanos entre sus 78 miembros, este jueves recibe las llaves de la ciudad. Se acaba de formar también la Orquesta Sinfónica Infantil y Juvenil del Cauca. “La Semana Santa no solo es un patrimonio para la ciudad y el departamento, sino un método de resistencia. Estas manifestaciones no se dejan aplacar. Es hacerle frente a esa violencia”, valora el percusionista Diego Quinto, oriundo de Inzá, en los márgenes de un ensayo de la Filarmónica en el teatro Guillermo Valencia. “Religiosa o no, católica o no, mucha gente se ve beneficiada esta semana”, apunta su compañero popayanejo Diego Ordóñez. “Atraer a la gente a la cultura permite salir de ese caos en que vivimos”, añade.
Bien sean las artesanías exhibidas en el Puente del Humilladero, una exposición de arte o un ensayo musical, estos días la actividad es frenética. Es el evento económico más importante que tiene la ciudad y atrae más turismo que cualquier otro, refrenda Ana Fernanda Muñoz, presidenta de la Cámara de Comercio del Cauca. “Las procesiones son patrimonio inmaterial de la humanidad, deberían ser tan famosas como las de Sevilla”, defiende con un optimismo contagioso. Popayán también fue la primera ciudad creativa en gastronomía certificada por la UNESCO, lo que derivó en un Congreso Gastronómico que se celebra en el segundo semestre del año. El departamento exporta café a 97 países y trabaja en una denominación de origen para su cacao, reivindica Muñoz, entre muchos otros campos. “Esta tierra es mágica, necesitamos que nos miren distinto”, apuntilla.

“Vale la pena meterle el hombro a Popayán”, coincide la periodista popayaneja Ana María Ruiz, que después de varias décadas en Bogotá regresó hace un mes a su ciudad, donde organiza una exposición colectiva estos días en Casa Arte. “Los rumores de la guerra se sienten, la amenaza del asedio es permanente, pero aquí no se deja de hacer nada porque eso sucede alrededor. Las procesiones nunca van a dejar de hacerse y el Gastronómico lleva 22 años con amenazas o sin amenazas, con bloqueo o sin bloqueo”, apunta. Cauca es mucho más que narcotráfico y disidencias, defienden con insistencia los patojos. Y en Semana Santa, Popayán es Popayán en todo su esplendor.
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